miércoles, 6 de julio de 2011

Gaza y la Flotilla de la Libertad

Sigamos siendo humanos

Santiago Alba Rico

La segunda Flotilla de la Libertad, retenida en Grecia por una decisión ilegal del Gobierno heleno, debe servir para dirigir nuestra atención hacia el bloqueo ilegal que Gaza, el territorio más densamente poblado de la tierra, sufre desde 2007, poco después de que a sus habitantes se les ocurriera votar libremente por la opción equivocada, al menos con arreglo a los criterios de Israel, EEUU y la UE. Según informes de la ONU, el asedio medieval de esta pequeña franja de 40 kilómetros de largo por 10 de ancho, con una población de 1.500.000 habitantes, en su mayor parte refugiados, habría destruido completamente su economía y empobrecido severamente a sus habitantes en los últimos cinco años. Las cifras no duelen, pero instruyen: sin agua para desarrollar la agricultura y con un irregular suministro eléctrico, con el 83% de sus fábricas cerradas y el número de desempleados más alto del mundo, el 80% de los gazatíes sobrevive gracias a la ayuda humanitaria, habiéndose triplicado en los últimos cinco años los casos de pobreza extrema, que afecta ya a 300.000 personas. Los bombardeos israelíes de 2008-2009 no produjeron sólo la muerte de 1.400 palestinos. Las cifras no matan, pero incomodan: 18 escuelas fueron completamente destruidas y 280 sufrieron daños severos, y hoy no pueden ser reconstruidas porque el bloqueo –es decir, los israelíes– no permiten el acceso de cemento, o no en las cantidades necesarias. Lo mismo ocurre con la situación sanitaria, recientemente denunciada por Richard Falk, enviado especial de la ONU, quien ha señalado el efecto potencialmente letal para la salud de los gazatíes de la agresión israelí: falta de recursos, dificultad para trasladar a los enfermos más graves, déficit de alimentación, deterioro de las condiciones psicológicas de la población.
La primera Flotilla de la Libertad, con el trágico colofón del asalto al Mavi Marmara, obligó al Gobierno israelí a aligerar el bloqueo en junio del año pasado. Hoy los gazatíes pueden comer más ketchup y comprar pantallas de plasma, pero siguen privados de los medios necesarios para reconstruir el territorio, activar la economía y sacudirse la perversa dependencia de su verdugo. La reciente apertura de la frontera de Rafah ha sido más bien un gesto simbólico de la junta militar egipcia, que ha tratado de satisfacer las demandas populares sin dañar sus relaciones con EEUU e Israel: la apertura permite el tráfico de personas –unas 250 al día– pero no de mercancías.
Porque en todo caso el problema no se reduce a las condiciones económicas. Tienen razón los israelíes cuando afirman que los gazatíes no se están muriendo de hambre. En condiciones penosas, con graves limitaciones, siempre al borde de la catástrofe, pero sobreviven. Lo verdaderamente intolerable del bloqueo tiene que ver con el hecho de que, en último término, los gazatíes sobreviven gracias a la voluntad soberana, absoluta, omnipotente, del agresor; lo verdaderamente ignominioso del bloqueo tiene que ver con este juego muy primitivo, y de ominosas resonancias teológicas, en virtud del cual es Israel quien mantiene con vida a sus víctimas, a las que también podría decidir matar en cualquier momento. Como bien lo expresa Raji Sourani, director del Centro Palestino de DDHH, “Gaza es una granja de animales”. Ese era el mensaje humillante dirigido en 2008 por Dov Weissglass, exconsejero del Gobierno israelí, a la comunidad internacional: “No vamos a matarlos; sólo vamos a someterlos a una dieta de adelgazamiento”. ¿Cuerpos desnudos, alimentados desde el exterior, a merced de un poder total? ¿No es lógico, no es admirable, no es indispensablemente humano que los palestinos se rebelen contra este grillete mancillador? ¿Y que nosotros los apoyemos sin ninguna vacilación?
La segunda iniciativa de la Flotilla se inscribe, por tanto, en este doble contexto: el de llevar a Gaza, sí, un poco de ayuda humanitaria, pero el de denunciar también la política israelí que concibe Gaza como una granja-ghetto completamente sometida a una soberanía metafísica, por encima de las leyes internacionales y de la ética más elemental. En 2005, un prestigioso periódico español calificaba a Cindy Shehan, madre valiente de un soldado estadounidense muerto en Iraq, como “la más agresiva activista por la paz”. Al mismo tiempo que toda clase de presiones cierran sus tenazas sobre la Flotilla y sus participantes –sabotajes, amenazas, ahora la orden de bloqueo del Ministerio de Defensa griego–, los gobiernos de EEUU y de la UE, el español incluido, se hacen eco de la propaganda israelí, que se empeña en describir este vuelo de gorrión, este racimo de barquitos de papel, como una “amenaza”, una “agresión” o una “provocación”. ¿Paz agresiva? ¿Provocativa defensa del derecho? ¿Amenazadora protesta contra un linchamiento? No bombardeemos también –por favorSEnD nuestra ciudad lingüística. Los participantes en la Flotilla ni siquiera pretenden “romper” o “violar” el bloqueo, expresiones ya cargadas de percutiente negatividad. Quien quiebra y viola la ley es Israel. La Flotilla viajará a Gaza positivamente, pacíficamente, para recordar el derecho internacional y la humanidad compartida. Los que están impidiendo su travesía, que sepan al menos que están tronchando las alas de un gorrión, que están pisoteando un racimo de barcos de papel. El Gobierno español no debería hacerse cómplice de esta violencia.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Personas con estrella

Las personas nacen con estrella, sin embargo algunas se les muere la misma por lo cual dejan de ser afortunadas.

Y como diría Elisa arrieta esas estrellas tal vez se mueren porque no te esfuerzas a que siga brillando, ella no puede brillar sola, le debes de apoyar.

¿Que opinan?

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Despidiendo a Mandela


Despidiendo a Mandela
Ariel Dorfman

Nelson Mandela posee, por lo menos en Sudáfrica, el don de la ubicuidad. 
Se lo encuentra en canciones infantiles, en avisos publicitarios, en discursos oficiales y conversaciones informales, en boca de policías y pobladores y banqueros; donde uno coloca la mirada o aguza el oído, el rostro y remembranza sonriente de Madiba (el nombre de clan con que todos lo llaman) incita a sus compatriotas a la emulación incesante. 
Una resonancia tan categórica es comprensible. Mandela encarna, para los sudafricanos como para el resto del mundo, la derrota del apartheid y la milagrosa transición a la democracia en una tierra que avanzaba inexorablemente hacia una sangrienta guerra civil. Liberado de un cautiverio que duró 27 años despiadados, utilizó su aureola legendaria como el preso político más famoso del planeta para extender una mano de amistad y reconciliación a sus carceleros en vez de predicar la venganza. El prestigio de Mandela se acrecentó aún más cuando, siendo el primer presidente elegido libremente en la historia de su país, rehusó perpetuarse en el poder como es habitual para mandatarios en ese continente. 
Yo también he participado en esta idolatría. Yo también lo considero uno de los pocos gigantes morales de que disponemos en nuestra época avara y mezquina.
A pesar de esta admiración, cuando visité Sudáfrica por primera vez en 1997 me inquietó que Mandela fuera la única figura simbólica en torno a la cual podían comulgar todos los sectores, ricos y pobres, gente de derecha y de izquierda, blancos y negros y un arcoíris de otras tonalidades de piel. Retornando este año para dar la conferencia que se dicta en su honor, descubrí que esta reverencia por un héroe de carne y hueso se había convertido en algo aún más exaltado: se lo trata hoy, en el 2010, como si fuera un santo. Aunque es cierto que Mandela fue indispensable para instaurar un gobierno más justo en su país, y cierto también que sigue siendo el pegalotodo que aglutina y hermana las facciones de una nación turbulenta y dividida, consideré que tal culto era peligroso, colocando sobre sus hombros una carga de responsabilidad imposible de sobrellevar e impidiendo a su pueblo discutir seriamente cómo vivir en un mundo donde ya no contaremos con su presencia. 
Resulta que nada menos que Mandela mismo comparte mi recelo. En la página final de su nuevo libro, Conversaciones conmigo mismo –sin duda el último que este anciano de 92 años publicará bajo su nombre–, ese viene a ser su mensaje postrero: “Algo que me preocupaba profundamente en la prisión era la falsa imagen que involuntariamente proyectaba al mundo exterior: de que se me viera como un santo”. Y concluye: “Nunca fui nada parecido, aun sobre la base de la definición terráquea de que un santo es un pecador que siempre sigue tratando de superarse”.
Con la esperanza, por lo tanto, de moldear un legado que dentro de poco no podrá defender en persona, Madiba busca contar la historia de su vida desde una perspectiva diferente de la que conocíamos en sus consagradas memorias, Largo camino a la libertad, publicadas en 1994. Para que sus lectores tuvieran la oportunidad de encontrarse con un Mandela abierto y asequible, autorizó a un equipo de investigadores a cosechar del mar casi infinito de su archivo un autorretrato más frágil y profano. 
No me sorprende que tal misión tardara seis años en realizarse. Pude inspeccionar en Johannesburgo esos materiales masivos que contienen los residuos de la vida de Mandela durante mi reciente visita a la fundación que lleva su nombre. Para penetrar en ese santuario, uno debe primero descender una amplia escalera en espiral hasta un piso subterráneo, enseguida pasar por una serie de oficinas con grandes ventanales de vidrio y finalmente detenerse ante una puerta de doble llave, detrás de la cual espera una vasta colección de recuerdos: las fotos iniciales de la juventud de Madiba, sus cédulas de identidad y pasaportes verdaderos y fraudulentos, los diarios de vida y calendarios escuetos y los manuscritos clandestinos sacados de contrabando de Robben Island, además de un acopio de notas de todo tipo y tamaño. 
Si bien sólo unas gotas destellantes de este caudal pudieron recogerse en Conversaciones conmigo mismo, los lectores tenemos la sensación íntima de estar recorriendo ese archivo, saboreando sus prohibidas delicias, escuchando en forma casi indiscreta los pensamientos y emociones más latentes de Mandela, a sólo unos pasos y redobles de su mero corazón, especialmente cuando se nos permite asomarnos a las transcripciones de conversaciones que sostuvo con sus más cercanos colaboradores. Ahí llegamos a congeniar con un ícono que se ríe, que vacila y carraspea, que adora los chismes, que acepta sus equivocaciones o insiste en que tiene razón; corremos el velo sobre un hombre que lamenta haberse olvidado de un viejo amigo, que sugiere que le gustaría averiguar el paradero de un guardia que alguna vez se portó bien con los presos. 
Todavía más reveladores son los extractos de la correspondencia que se salvó de las décadas en Robben Island, escrita con una dignidad feroz y conmovedora. Es casi como si, en sus horas más oscuras, aun cuando no había esperanza de que se lo liberara, aun el día en que recibió la noticia de la muerte de su hijo o el funeral de su madre, aun cuando borroneaba palabras que sabía nunca llegarían a su destino, aun en esos momentos, especialmente en esos momentos, estaba imaginando un mañana donde cada una de sus expresiones tendría un significado ulterior, cada una meticulosamente examinada, no por cancerberos, sino por una multitud de habitantes de su patria y del mundo entero. 
Hay un aspecto aún más notable de estas cartas desde el presidio. Mientras las hojeamos, podemos adivinar de qué modo astuto Mandela tomó en cuenta la vigilancia de los censores que escudriñaron y obstruyeron su correo. También les está escribiendo subrepticiamente a ellos: casi se puede discernir su certeza de que él es capaz de turbar a esos guardianes con palabras que evidencian la crueldad absurda con que tratan a los reclusos, la confianza de que esos centinelas pueden ser educados. Aunque, de hecho, también se está educando a sí mismo, preparándose para la tarea de sobrepasar el abismo racial y la división de clases sociales que amenazaba con destruir a Sudáfrica.
Tal vez por eso encuentra tan alienante y desacertado que se lo considere un santo. No fue debido a su separación de sus semejantes, su lejanía de la maldad, su distancia de los desalientos de una humanidad vulnerable, que pudo prevalecer. Por el contrario, fue zambulléndose en lo que era negativo en su propio interior y en el doliente mundo que lo rodeaba, fue así que pudo transformarse en el hombre que terminó siendo Nelson Mandela. ¿Cómo llevar a cabo esta hazaña? Hay una palabra suya que retorna una y otra vez: integridad. Su propia integridad y su convicción de que esa entereza existe en todos los seres humanos, por mucho que esté escondida bajo una costra de miedo e intolerancia. La fe de Mandela de que si se apela a los mejores instintos de hombres y mujeres, ellos sabrán, en definitiva, responder. Pero sólo lo podrán hacer si comprenden que quien les exige una mejor humanidad compartida no ha traicionado los valores más generosos de la especie, el deseo de un mundo más justo y compasivo; sólo es posible esta transformación si quien hace la apelación ha trazado una línea ética inquebrantable en las arenas movedizas de la historia.
Es un mensaje que la patria de Mandela necesita volver a escuchar. Su prodigiosa Sudáfrica se encuentra de nuevo en peligro, desorientada, casi sin rumbo. Su tierra que dentro de poco tendrá que enfrentar un largo siglo de lucha renovada por la solidaridad y la paz y la verdad sin la mano conductora de Madiba. 
Porque Nelson Mandela se está despidiendo. 
¿Y cómo, entonces, responderle? ¿Cómo honrar su legado, su sabiduría, su magnanimidad?
Sólo puedo responder con las palabras que le brindé al final de nuestra conversación de una hora hace unos meses en Johannesburgo. Décadas de una vida plena y dura y múltiple lo han extenuado, pero conserva intacta una cierta –no hay otra palabra– majestad, y me alegró notar de vez en cuando un brillo travieso en sus ojos. Yo estaba consciente de que la precariedad de su salud podría disuadirlo de atender la conferencia que me tocaba pronunciar unos días más tarde, y que probablemente esta era la última oportunidad de la que dispondría para agradecerle lo que había realizado, el ejemplo de su vida. De manera que cuando él me dijo adiós, aproveché para pedirle que no hiciera ningún esfuerzo desmedido para asistir a mi presentación, agregando, tal vez con excesiva solemnidad, que era importante que descansara.
–Durante tantos años –le dije– es usted el que nos ha llevado a cuestas. A su país, al mundo entero, a mí. Ahora nos toca a nosotros. 
Y fue entonces que, sin soltarme la mano, Nelson Mandela me brindó una sonrisa. 
He ahí una posible respuesta. Si sabemos llevar a Mandela con nosotros hacia el futuro, tendremos la bendición de su sonrisa. ¿O acaso hay algo más que podamos pedirle a este hombre que, afortunadamente para él y para el mundo, no es, después de todo, un santo?

* La última novela de Ariel Dorfman es Americanos: Los pasos de Murieta. 

martes, 23 de noviembre de 2010

Vale la Pena Vivir



Muchas veces hemos sentido que la vida no vale la pena vivirla. En un caso extremo, escuché en la radio a una mujer que decía: “No quiero tener hijos, porque solo se viene a este mundo a sufrir. Y quiero ahorrarles ese sufrimiento”.
Pero… ¿Realmente la vida es así? ¿O nosotros la hacemos así?
Lo que realmente te hace sufrir, no es la vida en sí… son tus expectativas respecto a cómo debería ser el mundo o cómo debería actuar tal persona.
Por ejemplo, cuando te enojas con tu pareja porque no llegó a tiempo o no te expresa su amor como a ti te gustaría que lo hiciera.
Entonces, lo que te daña no es tu pareja… son tus pensamientos y emociones con respecto a como debería actuar tu pareja, de acuerdo a la etiqueta del hombre o mujer perfecto que tienes.
Si sufres porque la vida es cruel… es porque tienes un concepto equivocado de lo que realmente es. Crees que en la vida todo debería ser felicidad.
Imagínate que piensas que un bosque debe ser con puras rosas, ríos limpios, venados corriendo, un sol reluciente y una suave lluvia.
Pero cuando vas a uno ¡Oh sorpresa! También hay insectos, serpientes… y la lluvia ¡es un diluvio!
Imagínate sufriendo porque lo encontraste así y diciéndote “No vale la pena estar en un bosque, es horrible: serpientes, bichos ¡que horror!” ¿No tiene sentido verdad?
En el fondo sabes que así es un bosque. No como tú pensabas que era. Lo que puedes hacer, es estar alerta contra las serpientes. También, cubrirte para que la lluvia no te moje.
Y disfrutar las rosas que veas y los venados.
Simplemente aceptas la naturaleza como es y no te lamentas. Te adaptas a ella.
En la vida, es igual. Cuando la vemos como un paquete completo, en el que hay amor, muerte, instantes imborrables y fracasos dolorosos, la aceptas como es.
A partir de esa aceptación, puedes adaptarte a ella. Pregúntate que capacidad dormida en ti, necesita salir a flote cuando te enfrentes a un nuevo desafío.
Por ejemplo, yo de niño no sabía bailar salsa. La necesidad de gustarle a las niñas me hizo aprender ¡Ahora he llegado hasta dar clases de baile!
Me daba miedo hablar en público. Era muy tímido. La necesidad y las circunstancias me obligaron ha hablar en público ¡Ahora soy conferencista! Imagínate cuantas capacidades dormidas en mí, se han despertado por la necesidad.
Siempre pregúntate ¿Qué capacidades dormidas en mi tienen que salir a flote con este desafío?
El dolor y las derrotas son una gran oportunidad para replantearnos como estamos viviendo la vida. Te confieso que acostumbro caminar cerca de los bosques, lejos de la gente, cuando las tormentas de la vida hacen que se me pongan las cosas difíciles.
Anclarme dentro del ruido cotidiano cerca de la naturaleza, dándome un breve espacio para reflexionar acerca de mis desafíos actuales y replantearme nuevas metas, ha sido invaluable para mi.
Si no, ya me habría vuelto loco.
Te recomiendo que hagas lo mismo. Busca un espacio diario de reflexión.
Todos somos producto de nuestras reacciones ante los retos. Somos hermosas quebradas hechas por las tormentas de la vida.
“Un guerrero acepta su suerte, sea cual sea, y la acepta con total humildad. Se acepta a sí mismo con humildad, tal como es; no como base para lamentarse, sino como un desafío vital”
Juan Castaneda
Tus circunstancias acéptalas como son, y pregúntate “¿Qué puedo hacer al respecto?” Te sorprenderá como a mí lo sencillo que es solucionar un problema, una vez que dejes de pensar en el y te enfoques en resolverlo.
Generalmente, las mejores oportunidades de nuestra vida, vienen disfrazadas de problemas.
No importa cuales sean estos. Siempre existe una solución.
Así que ¡ha disfrutar la vida se ha dicho!
Suerte

martes, 9 de noviembre de 2010

M. S.

Después de vagar en el desierto de la soltería, la lujuria, el desmadre y demás, hoy llega a mi vida una persona con la cual me siento tan feliz, tan pleno, que siento que fuera yo mismo, es tan maravilloso, solo esperemos que la bipolaridad de ambos cuaje de una manera favorable, dado que siento es el comienzo de algo muy grande, la quiero.

Amor a Primera Vista

Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
       
Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
       
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
       
Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
       
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
       
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
       
Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
       
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
       
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.





Hoy creo en este poema, que genial!!!

lunes, 27 de septiembre de 2010

¡Yo quiero ser un triunfador!

SECRETOS PARA SER FELIZ

Hace muchísimos años vivió en la India un sabio, de quien se decía que guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía ser un triunfador en todos los aspectos de su vida y que por eso se consideraba el hombre más feliz del mundo.  Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y dinero, y hasta intentaron robarle para obtener el cofre, pero todo era en vano, mientras más lo intentaban, más infelices eran, pues la envidia no los dejaba vivir.

  Así, pasaron los años y el sabio era cada día más feliz. Un día llegó ante él un niño y le dijo: "Señor, al igual que tú yo también quiero ser inmensamente feliz, ¿por qué no me enseñas cómo conseguirlo?"  El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le dijo: "a tí te enseñaré el secreto para ser feliz, ven conmigo y presta mucha atención, en realidad son dos cofres donde guardo el secreto para ser feliz, y éstos son mi mente y mi corazón, y el gran secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo de tu vida".

  "El primero es saber que existe la presencia de Dios en todas las cosas de la vida, y por lo tanto debes amarlo y darle las gracias por todas las cosas que tienes.


  "El segundo es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al 
levantarte y al acostarte debes afirmar: yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mi, no hay obstáculos que no pueda vencer".


  "El tercer paso es que debes poner en práctica lo que dices que eres, si dices ser inteligente, actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta lograrlas".

  "El cuarto paso es que no debes envidiar a nadie por lo que tienen o por lo que son, ellos alcanzaron sus metas, logra tú las tuyas".

  "El quinto paso es que no debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie, ese sentimiento no te dejará ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú perdona y olvida".

  "El sexto paso es que no debes tomar la cosas que no te pertenecen, recuerda que de acuerdo con las leyes de la naturaleza, mañana te quitarán algo de más valor".

  "El séptimo paso es que no debes maltratar a nadie; todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera".

  "Y por último, levántate siempre con una sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al tener todo lo que tienes, ayuda a los demás, sin pensar que vas a recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus cualidades y dale también a ellos el secreto para ser un triunfador y que de esa manera puedan ser felices".